El próximo 30 de junio a las 20:00, tendrá lugar en el corral de las comedias de Alcalá de Henares, el concierto a cargo de Capella de Ministrers bajo la dirección de Carles Magraner.
Reparto
Soprano: Pilar Esteban; Contratenor: José Hernández Pastor; Tenor: José Pizarro, Barítono: Jordi Ricart.
Violas: Carles Magraner; Flautas: David Antich; Clave: Ignasi Jordá; Zanfoña, ud y salterio: Juan M. Rubio; Percusiones: Pau Ballester.
Sinopsis
Programa:
Mateo Flecha el Viejo (1481-1553)
La Justa
La Viuda
Bartolomé Cárceres (Desconocido)
La Negrina
La Trulla
Sobre el espectáculo
El compositor más conocido en lengua vernácula del Renacimiento español es, qué duda cabe, Mateo Flecha el Viejo (1481-1553). Hoy su fama procede de la recuperación de ciertas composiciones suyas que llevan títulos tan curiosos como los de La Justa, La Bomba o La Viuda que pertenecen a un género llamado ensalada.
Quien mejor define qué es una ensalada es Juan Díaz Rengifo en Arte poética española (Salamanca, 1592), que data de cuando el género había entrado en decadencia, aunque siguiese siendo del gusto de algunos sectores de la sociedad hispana. Dice Rengifo que “ensalada es una composición de coplas redondillas, entre las cuales se mezclan todas las diferencias de metros no sólo españoles, pero de otras lenguas sin orden de unos a otros al albedrío del poeta; y según la variedad de las letras se va mudando la música”. En otras palabras, la ensalada es un “collage” que ensambla elementos poético-musicales de procedencia diversa en un todo unificado.
Vista la obra de Picasso y George Braque, cuando las ensaladas de Mateo Flecha volvieron a sonar unos cuatrocientos años después de que el compositor hubiese fallecido, sorprendieron sobre todo por su modernidad en un sentido plástico, y agradaron porque responden a ese realismo tan hispano que encuentra su equilibrio en la producción sacra en latín de los grandes compositores españoles del Renacimiento.
Cuando las ensaladas de Mateo Flecha sonaron por vez primera en casa de sus patronos, también llamarían la atención por su modernidad aunque en otro sentido: primero porque a pesar de que su argumento coincidía con el de los villancicos navideños, duraban cuanto menos el triple; segundo porque las citas, a modo de guiños de complicidad con el oyente, eran cosa del teatro; y tercero porque una ensalada venía a ser lo más parecido a una representación pastoril de temática navideña, sólo que los diálogos hablados eran sustituidos por la intervención de un coro.
Flecha, sobre los comienzos de cuya carrera se sabe muy poco, entró en contacto en 1527 con el entorno cultural de los duques de Calabria, en Valencia. Fue allí donde, tras algunos ensayos previos en el género, compuso su primer éxito, la ensalada El Jubilate, dentro del ambiente de euforia hispano-germana que siguió a la batalla de Pavía (febrero de 1525) en la que el rey de Francia, Francisco I, fue apresado por las tropas de Carlos V. Decir que Flecha de la noche a la mañana se convirtió en un compositor de fama sería exagerar las cosas, pero hubo quien se interesó por sus servicios, antes o después de que escribiese una nueva ensalada de velada exaltación patriótica, La Guerra, ya en pleno dominio del que sería su lenguaje musical tras la toma de contacto con la producción de Janequin. Ese alguien no fue otro que el Gran duque del Infantado, don Diego Hurtado de Mendoza, cuya corte en Guadalajara se distinguió por marcar el tono del lujo y la elegancia de la nobleza española.
En La Guerra, Flecha juega por vez primera con la oposición entre el bien y el mal valiéndose de las figuras de Cristo y Luzbel, símbolo a su vez de Carlos V y Solimán el Magnífico, obligado a levantar el sitio de Viena poco antes de que Carlos fuese coronado emperador en Bolonia en febrero de 1530. Su argumento invita a emparejarla con otra de las ensaladas de Mateo Flecha, La Justa, que en la época fue su obra más conocida aparte de la única editada en el extranjero (Lyon, 1544). La Justa que, como La Guerra, es deudora de La Guerre de Janequin, insiste en contraponer las figuras de Luzbel y Cristo. Sus versos son cortos, entrecortados diálogos y exclamaciones de todo tipo subrayadas por una música cambiante y descriptiva, salpicada de citas, trece en total, un número que sólo superaría La Viuda. Entre las citas llama la atención un estribillo, “Que tocan alarma, Juana! / ¡Hola, que tocan alarma!”, que es aquel a cuyo son se divulgó un romance que narra el asedio de Viena el de 3 de septiembre de 1529 por las fuerzas de Solimán el Magnífico, sultán de Turquía, y el fin del mismo cuarenta y dos días después por el acoso del ejército imperial.
En 1539 y hasta octubre de 1541 Flecha volvía a estar en Valencia, buscando el favor del duque de Calabria y sobre todo el de su segunda esposa, la muy culta Mencía de Mendoza, en cuya biblioteca figuraría una excepcional colección de ensaladas del maestro incluida la última de todas, La Viuda. Repleta de alusiones autobiográficas, éstas nos hablan del hombre que ha conocido el éxito, que de nuevo anda a la búsqueda de un puesto digno de su persona que pensó hallar una vez más en Valencia, más que en la corte en la catedral, sabedor del gusto italianizante en materia de música del duque de Calabria que poco tenía que ver con el de un Flecha, representativo de ese gótico isabelino tan característico del Renacimiento español.
La Música, alegoría en La Viuda del propio Flecha que a la vez juega con veladas alusiones a la condición de tal de Mencía de Mendoza, plantea “querella criminal” contra el cabildo de Valencia que le asignó un salario indigno de su valía y, en general “contra el vulgo”, por atender antes, como dicen algunos de sus versos, “al tintín de guitarrilla / que a lo que es por maravilla / delicado”, léase el propio trabajo del compositor. Difícil situación que Flecha acepta con una mueca extraordinaria a la manera de un cómico: “Toca, toca, toca, / con el pie se toca la toca / la Juana Matroca”, dice el cantar con “disparate” con el que pone punto y final a sus quejas.
Si hoy se conoce la producción de Mateo Flecha es gracias sobre todo al impreso de Las Ensaladas (Praga, 1581), de cuya edición se ocupó su sobrino y homónimo, Mateo Flecha el joven, capellán imperial y abad de Tihany (Hungría) desde 1579, que aparte de ocho ensaladas de su tío incorporó a la edición algunas de otros autores, entre ellas una de Bartolomé Cárceres, La Trulla. Cárceres, canónigo de la colegiata de Gandía que en la década de 1540 fue miembro de la capilla del duque de Calabria, tuvo muy en cuenta en sus ensaladas el modelo de Flecha, aunque su estilo sea más diáfano que el del viejo maestro. Frente a una elaboración cada vez más sofisticada por parte de Flecha de los materiales que sirven de base a sus ensaladas, insinuados antes que expuestos en su integridad, Cárceres se limita a encadenar distintas piezas, casi siempre precedidas de una introducción dialogada con predominio del contrapunto imitativo. En La Trulla se insertan hasta doce composiciones, tan independientes entre sí que podría prescindirse de cualquiera de ellas sin que afectase al conjunto de la obra. En las ensaladas de Flecha el interés radica, en cambio, en su habilidad para integrar el repertorio cancioneril en un todo fuera del cual perdería su sentido.
Aunque la historia de la ensalada prosiga en el siglo XVII, el género se confunde con el del villancico, lo que supone un regreso a sus orígenes hasta el punto de que se hace difícil diferenciar uno de otro. Donde más se aprecia musicalmente su evolución es en un grupo especial de villancicos a los que se denomina “negrillas” en base a sus protagonistas, por lo general de raza negra. Este, en cierta forma subgénero, fue cultivado especialmente en Hispanoamérica, y como precedentes más inmediatos se cuentan las ensaladas La Negrina de Flecha el Viejo y su homónima de Bartolomé Cárceres.
Más información en: www.clasicosenalcala.net
Seguro que es una pasada este concierto de esta magnifica capilla valenciana.