La «sociedad» Nuria Rial- Alfred Fernández nace presentando y promocionando su primer trabajo LAISSEZ LA VERTE COLEUR.
Sin duda alguna, el laúd y la vihuela fueron durante el siglo XVI los instrumentos cordófonos preferidos para escribir la más fina y elaborada música. Compositores como Francesco da Milano, Alberto da Rippa, Luís de Narváez o Alonso Mudarra, nos dejaron algunas de las más bellas piezas instrumentales de todo el Renacimiento.
Sin embargo existió en esa época un pequeño instrumento popular de forma parecida a una guitarra que intentó emular a sus “hermanos mayores”. La guitarra renacentista, con sus cuatro cuerdas dobles, se hizo un lugar dentro del repertorio de la cuerda pulsada. En España los vihuelistas Alonso de Mudarra y Miguel de Fuenllana le dedicaron algunas de las páginas más exquisitas y hermosas de su repertorio.
Pero fue en Francia donde este instrumento gozó de una más que notable reputación. Proliferaron los manuscritos y las ediciones impresas para este humilde instrumento. Fantasías, danzas y arreglos de obras vocales engrosaron el corpus de la cuerda pulsada.
A mediados del XVI, las imprentas parisinas Granjon- Fezandat y Le Roy -Balard vieron que el negocio de la publicación de obras para guitarra les podía dar interesantes beneficios, así que se pusieron manos a la obra y dieron cancha a buenos compositores como Guillaume Morlaye, Simon Gorlier, Adrian le Roy o Gregoire Brayssing. La guitarra vivió entonces su época dorada. Se puso de moda y no era raro ver colecciones impresas de música en palacios y cortes o en las más humildes moradas.
De entre las diversas colecciones parisinas para este instrumento, destaca una por su peculiaridad y calidad musical.
“Second livre de guiterre, contenant plusieurs chansons en forme de voix de ville: nouvellement remises en tabulature, par Adrian la Roy”. Con este título un tanto rimbombante se publicó en París en el año 1555 una curiosa colección de piezas vocales con acompañamiento de guitarra. Danzas como la gallarda, la pavana o el branle fueron el punto de partida con el que contó Adrian le Roy para componer y arreglar estas pequeñas y deliciosas piezas. Utilizó además graciosos textos, pastoriles unas veces y mitológicos otras. El resultado fue una sutil combinación de texturas donde la sencillez y la lucidez se yerguen como una inagotable fuente de expresión.
En este programa hemos seleccionado unas cuantas de estas obras, las que hemos considerado más significativas tanto por su calidad artística como por su peculiar interés. Además hemos añadido, para sazonar nuestra propuesta, una serie de interesantes piezas para guitarra sola de Morlaye, le Roy, Gorlier y Brayssing.